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jueves, 15 de marzo de 2012

Olvidar el olvido

Nos dicen,
proponen,
aconsejan,
de sutiles y convincentes maneras,
que quizá ya sea tiempo
de olvidarlo todo,
de olvidar y ya.
De entregarse,
rendirse,
ser lo que se es,
decir lo que se dice,
arrodillarse,
callar,
respirar,
comer,
comprar,
reproducirse
y morir.
Mirar a otro lado y dejar atrás
las barrigas llenas de aire,
el humo de las tóxicas mentiras,
el opresivo smog que vestía de gris la ciudad,
las astillas de la injusticia
colándose en los pies descalzos,
el alba robada a un hermano,
en el momento más infame de la noche.
Hablan de renunciar a la memoria,
a los sueños no soñados,
a las ilusiones postergadas,
a las lágrimas perseguidas,
refugiadas en las tardes de lluvia.
La pólvora,
la sangre,
el veneno,
la traición,
la puñalada al corazón de los libres,
la complicidad del barro
y la voz de los colosos,
tapando las grietas,
por donde filtraba el sol.
Convivir con el amargo sabor,
de la solitaria lengua muda,
que eligió los barrotes
al despreciable silencio.
Pero todo pasó,
los momentos ya fluyeron por la tierra,
erosionaron la piel
de los que no dejaron de soñar,
de los que ya no están,
de los que vendrán.
Formaron eras geológicas en nuestra carne,
dejaron un futuro de memoria,
grabado en el tiempo,
estacado en la historia.
Ya los inviernos,
se evaporan ante los pasos
del recuerdo,
que arde
en el pecho de los que marchan
en las manos del presente
ahora lanza futura,
que perfora,
el corazón del olvido.