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domingo, 17 de febrero de 2013

La Máquina IV

En el amanecer del onceavo día comenzó el final. Llegó la mañana en que las palabras y el sentido no necesitaron mas de esa añeja ortodoncia íntima, de los frenos en la lengua, del adoctrinamiento muscular, ni las muletas de las costumbres cotidianas. Los labios podían revelarse en paz, retorcerse, dejar correr las mas aventuradas formas del habla, colisionar en el mejor de sus juegos sin dudar un segundo y jamás volver a su forma inicial.

Durante la tarde ya podíamos subir a grandes alturas. Escalar, saltar, volar y caer en picada como se quisiera. Para ver el panorama de la realidad no era necesario subirse a los bichos motorizados o trepar a los derruidos andamiajes de acero, propios de la ingeniería civil e intelectual-sentimental. Estos cosos que se creían eternos desaparecieron, ni las escaleras mecanizadas se salvaron; todos fueron erosionados por los arenosos vientos del olvido.

A la noche, en un mundo que mutaba vertiginosamente y se me hacía cada vez más ajeno, la oscuridad más oscura rompía contra las costas de lo visible. Traté de ver más allá para ubicarme y encontrar las luces de un faro en medio de la tempestuosa marea de sombras, pero no hubo caso. No hallé una máquina salvadora que me socorra, como prometían los señores de hace muchos años; pero una cálida mano guiada por la luna me encontró a mi.




Nota: Las partes I, II III y V serán publicadas a la "brevedad", muchas gracias.