Estábamos con los ojos llenos de tierra, parados en la tierra llena de ojos. Ojos que nos miraban rodar y dar vueltas alrededor de la bola disco brillante que nos hacía bailar incesantemente. De vez en cuando esta nos amenazaba con estallar y cortar la fiesta, hablaba de millones de años, pero todo parecía a la vuelta de la esquina. Los vientitos de la parada de micro que habíamos fumado lo hacían todo más vertiginoso, urgente, necesario. Acá es donde nos encontramos a la sed desértica que estaba sola, fuera del desierto, por lo que agonizaba. Ni siquiera vacilé y le di un vaso de agua, aniquilándola al instante. ¿Qué hice? Maté un sentir, que no conocía, que no me pertenecía y que, sobre todo, no comprendía mas allá de su misma inmediatez. Lo borré de la existencia y ahora era una nada no solo material, sino conceptual. Tal vez haya sido la última de su especie/forma. No me pude resistir y corrí; corrí siguiendo la nube de forma femenina hasta que me desmallé sobre una enorme roca.
Al despertar, había llegado a un corralón donde vendían materiales para la construcción. Los obreros estaban cargando cosas, a la orden de su capataz. Me levanté de la roca, que no era una roca sino una tortuga, y antes de que pudiese moverme, comenzó a conducirme lentamente hacia el lugar. Agradecí a la tortuga y comencé a negociar con los del corralón: pedí lo necesario para construir una sed desértica. Me hicieron pasar a una oficina donde firmé centenares de cosas, y muy probablemente, una de esas firmas, haya sido dedicada a un contrato con el demonio, pero no me importó. Construir era lo que importaba y había que hacerlo rápido. Pagué con lo que tenía encima: Ropa, olores, saliva y pelo. Una vez completado el acuerdo, armé un laboratorio en la esquina, que estaba llena de juncos, basura y caña de azúcar. Pasaron largos años de necesidades y abnegaciones personales, pero cumplí mi objetivo. Cuando la sed desértica estuvo terminada, la bebí para saciar esa necesidad que yo mismo me había creado. Y cuando este acto se consumó, empezó a faltarme algo que había llenado las intenciones de cada una de las directrices que le había dado a mis músculos desde el inicio de todo esto: el vacío. Traté de construirlo pero fue inútil, con el tiempo llegó y el ciclo volvió a comenzar.