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lunes, 31 de mayo de 2021

Amor contrarevolucionario

Querido Francisco,

    te escribo con un gran pesar en mi corazón: el mar ha sido clausurado por las fuerzas del orden y ya no recuerdo cuánto olvidé. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué lo permitimos? Son preguntas que rompen en mi pecho cuando la vigilia me abraza como una... ¿Qué es una ola? ¿Alguna vez hablamos de eso? A veces creo que estoy enloqueciendo y que la dictadura del proletariado tiene buenas intenciones. Que el problema soy yo por no haber seguido la corriente del cambio desde el inicio, pero no pude. No se por qué.

    Recuerdo que una y quizá mil veces te vi sentado, fumando un cilindro de tabaco en un montículo de fina piedra molida, mientras mirabas absorto, feliz, el rugir de aquella líquida bestia azul que tapizaba el horizonte y más allá. No me atreví a romper ese momento ya que allí descubrí el significado de la “permanencia”, lo que no se borra, lo que define. Entonces enterré esa memoria en aquel lugar como un preciado tesoro, hasta que me vi en la irrefrenable necesidad de volver a tocarlo con mis propias manos. No pude resistirme.

  Cuando lo llevé a mi casa, unos agentes me detuvieron en la puerta como si fuera un sucio ladrón, y dijeron que esa palabra que traía era prohibida, que detenga esta locura propia del capitalismo. La realidad es “que nada es, que todo deviene, que todo siempre es revolución. De proseguir, usted estaría cometiendo traición a la madre patria” explicaron, de manera locuaz. Aun así, se mostraron comprensivos en todo momento y no me dañaron. Sostuvieron que se trataba de una necesaria transición social y me abrazaron gentilmente, a la vez que completaban su mortal amenaza.

    Entonces la dejé Fran, la entregué. Entregué la sonrisa y me aferré a la existencia, como un animal abandonado en el bosque, seguro de que su hora final se aproxima. Por eso es que me arriesgo a enviarte esta carta, tengo la esperanza de que esta despedida no llegue demasiado tarde, amor mío. Cuando los agentes derriben las puertas, yo ya no estaré aquí: la bestia azul espera mi llegada y se que en algún lugar de la tierra, seas o no un revolucionario, vas a estar sentado, contemplando, sonriendo a sus pies.

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