A las nueve de la mañana el
despertador suena. El tercer pitido ya encuentra a un Adrián despierto y apagando
la alarma. Es lunes, frío y húmedo. De sus labios surgía una sonrisa que lo
delataba: estaba feliz, ansioso, el miércoles iría al parque y la vería por
primera vez, a ella, el amor de su vida. Al quitarse las frazadas de encima,
unas voces desde abajo le advierten que mamá y papá deben estar en casa tomando
mates; rápidamente se viste para no helarse la piel y bajar a desayunar[1]: pero
al dar un paso, Adrián nota que en el piso, antes de llegar a la puerta, había
un pantalón y una remera tiradas que no le pertenecían. ¿Cómo era esto posible?
Hace un rato no estaban ahí, ¿o si? La duda lo estremeció entero. Revisó los
bolsillos del pantalón, pero no encontró nada. La remera era blanca, lisa.
Olfateó las vestimentas y estaban limpias, sin usar.
Esto era imposible. Las ventanas
estuvieron cerradas toda la noche, hace mucho que no las abría por el frío. De padre no pueden ser, ya que el talle no coincide, aunque tampoco coincidía con
el propio ni el de madre (era un talle muy pequeño), era claro que la ropa no era de esta casa. ¿Cómo llegó aquí? No había respuesta
posible más que la imposibilidad de todo lo que ocurría: Estaba, evidentemente,
es un sueño. Adrián calmó sus nervios al darse cuenta de lo que ocurría, por lo
que se acostó y al poco tiempo volvió a dormir.
La alarma suena, son las nueve de la
mañana y Adrián despierta. Tiene hambre, un aliento a muerte que derrotaría a
legiones enteras, pero despierta, al fin esta lúcido. El silencio reinaba en la
planta baja. Salta de la cama, se cambia y sale corriendo intempestivamente
hacia la puerta solo para detenerse, atónito: la ropa ajena estaba a los
pies de la puerta, acompañada ahora de un gorro de colores tejido a mano y un
cuaderno viejo, desgastado. ¿Y ahora qué? ¿Seguía estando en un sueño? Todo fue puesto en
duda. Con temerosa iniciativa, procedió a levantar esa ropa. En sus manos
yacían las vestimentas, tibias y de evidente uso reciente, con una fragancia muy familiar que le recordaba a alguien que no podía mentar con precisión; mientras
que el gorro parecía haber sido usado por varios inviernos, estirado hasta casi
sus límites. Los escalofríos calaron hasta los huesos de Adrián, su frustración
se convertía rápidamente en ira, y no pudo contener el impulso de tomar el cuaderno
y hojearlo mientras mascullaba las más horribles maldiciones hacia el texto. Decidió que torturaría sus páginas una a una hasta que le den una respuesta que
lo satisfaga, pero al instante cayó en cuenta de algo que lo dejó pasmado: era el diario de una pequeña
niña, en el se suponía que escribiría sus secretos, aquellos que ni a sus
mejores amigos contaría, pero que estaba casi en blanco. Con una letra
claramente infantil, la primera página decía: "Querido Diario, aquí te
contaré la historia de mi vida. Te quiero." Adrián no pudo contenerse más
y gritó. Gritó más fuerte y lloró. Se tiró a su cama en lágrimas con una increíble bronca, y siguió llorando hasta que
sus tripas se sacaron, la desesperación se fue apagando y sobre ella durmió.
Ya pasado el medio día, la luz
invade plenamente sus ojos y Adrián despierta. Mira el reloj y se asombra
al ver que es miércoles, el día pactado. Un hambre atroz devoraba su cuerpo y las fuerzas de este lo amenazaban con el abandono a cada segundo. Se levantó de a poco y miró hacia la puerta, para constatar si su némesis seguía ahí o había sido por fin
expulsado de la realidad: allí, bajo la puerta, alguien
dormía. La persona más bella jamás vista, era ella. Ella, su amor, con las ropas, el gorro y el cuaderno. Adrián no lo podía
creer, sus piernas y voz se resquebrajaban lentamente, como un otoñal árbol ya muerto, que
sueña con superar otro invierno. Estupefacto, trata de hablarle, balbucea, le toca el
hombro repetidas veces para despertarla, pero ella no responde, duerme, solo duerme. Adrián
seguía intentándolo con todas sus fuerzas, la puerta no se movió del silencio ese día y a unas cuadras, ya en primavera, alguien se iba de un parque.
[1] Algunos científicos del CONICET, cuya identidad es reservada, sostienen que
en ese mismo momento, el universo habría comenzado a contraerse.
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