Una vez me encontré a mi mismo,
desnudo ante al vacío.
Era niñez, hermosa y triste.
Fría, cálida y nublada.
Llena de (im)posibilidad.
Ocurrió en el aroma del té,
mientra mojaba una galletita.
Tocándome un hombro
y susurrándome al oído,
cosas que creía olvidadas,
estaba ella; La nada..
Mas vieja que el tiempo,
y tan sabia como el universo.
Se sentó a beber una taza,
que nadie le había servido.
Me preguntó por el futuro,
con palabras del pasado,
en una lengua que no se oía
pero que era obvia.
Me preguntó por miles de cosas,
cuya respuesta escrita era el silencio.
Estruendoso silencio último,
que tiró abajo paredes, refugios,
ruinas y grandes monumentos.
Todo tipo de estructura
que me había empecinado en construir,
con polvo y novedad de la tierra,
sin siquiera saber por qué.
No me resistí, y vi todo caer.
Etérea, absoluta, fugaz.
Era la nada misma, llenándome.
Dándome a luz en la inmensa oscuridad.
Solo por un instante,
mientras tomaba un té, fui nuevo.
Libre de mi mismo, y de todo lo demás.